sábado, 8 de febrero de 2014

Ester sin H me visita

Los centros comerciales son terribles. LLegas sabiendo que solo tienes que ir a una tienda, focalizas toda tu energía en aquellos sujetadores sexys y bragas nuevas que tienes en mente y....¡zaas! Acabas con una colección de medias que si comprabas cinco te regalaban unas, pendientes de colores que no sabes con que combinaran pero parecen vintage, unos zapatos verdes de diez euros que te dolerán solo de pasear por casa, dos cupcakes y una hamburguesa con queso en la barriga y un pijama nuevo que cuando llegas a casa te das cuenta que era exactamente igual que el último que te compraste y que, posiblemente, ni si quiera lo necesitabas ¡pero estaba de oferta!

La realidad te dice que has gastado más de lo que tenías en la cuenta y ahora tocará estar una semana comiendo sandwiches de atún.

Así que ahí estaba yo, con todas las compras esparcidas encima de la mesa y sin saber si sentir orgullo o pena, cuando llamaron al timbre. ¡Solo podía ser él! El chico del maletín misterioso. Bueno, misterioso el chico porque lo que era el maletín lo había inspeccionado de arriba a bajo y solo habían papeles incomprensibles para mi cerebro sin ganas de pensar.

Pero no era él, no era el hombre misterioso y elegante al que esperaba con desespero, sino mi amiga Ester sin H.

Ester había quitado la H cuando tenía cuatro añitos y su profesora le dijo que la H era muda, no entendía porque tenía que hacer esfuerzo en trazar una letra de más y la omitió para el resto de los días.

Ester sin H era una buena amiga  pero verla por la mirilla me despertó una sensación rara. No era normal que estuviera en mi casa (teoricamente no sabía ni que me había ido) y sin previo aviso.

Ester vivía con su pareja y tenían una niña de dos años. En consecuencia hacía dos años que Ester y yo no nos veíamos a solas ni pasábamos largos días tendidas al sol, cerveza en mano, arreglando el mundo.

El timbre volvió a sonar, pobre Ester, yo estaba tan absorta mirándola por la mirilla, que la seguía teniendo esperando en el rellano.

Abrí la puerta y el abrazo que recibí era más cariñoso de lo normal.

- Ester, estoy bien.
- Asia cariño, ¿pero como no me dices que venga a verte antes? Me enteré de lo tuyo porque nos encontramos el otro día a Jose cenando en el Japo de Paseo de Gracia y...
- ¿Como?
- ¿Que?
- ¿Jose cenaba en el japo de paseo de Gracia? - insisí
- Si..
- ¿Con quien...?
- Bueno. No se, pero no eras tu y eso fue muy raro y claro...por eso...
- ¿Una chica?
- Bueno cariño, porque no nos sentamos y sacas algo para tomarnos tranquilamente...
- Nooooooooo.... - y empecé a llorar a lágrima viva, gritos y llantos desbocados que resonarían por el edificio.
- Pero si le has dejado tu niña...él tiene que rehacer...
- ¡Pues entonces seguro que no me quería tanto! Dos meses han pasado eh...

Mientras intentaba pronunciar un discurso entre lágrimas pasamos al salón, nos sentamos en el sofá donde, para el colmo, podíamos observar las cajas de condones intactas. Y es que a una mujer, no se le puede hacer esto, recuperarse tan pronto de una ruptura mientras ella ni si quiera ha echado un polvo.

Esther sin H me abrazó, me escuchó y me ofreció un Kleenex detrás de otro. Cuando me desahogué decidió que necesitábamos un trago. Por la ventana entraba solecito y un buen vino lo cura todo.

- Asia, no encuentro el abridor por ninguna parte...- gritó Ester sin H desde la cocina.
- Es que no tengo abridor - contesté.

Así que me mandó a pedirlo a cualquier piso. Salí, llamé a la puerta de enfrente y tardaron un poco en abrirme. Cuando lo hizo era la chica de los rizos. Me daba la sensación que no le caía muy bien, quizá acababa de oír mis sollozos y pensaba que realmente estaba un poco palla. No me dijo nada, arqueó las cejas con un sutil movimiento que me invitaba a hablar.

- Hola...soy...me llamo Asia, vivo en frente... ¿Me dejarías un abridor? - mi pequeña mueca extraña intentó simular una sonrisa.
- Si, espera, ahora vuelvo. - en dos segundos estaba ahí de nuevo. Me daba un poco de respeto, pero tenía que intentar ser amable, al fin y al cabo, era la vecina de la puerta de enfrente. - Aquí tienes.
- ¡Gracias! Ahora mismo te lo devuelvo, vamos...voy a beber algo de vino, no se, si te gusta...¿quieres una copa?
Me miró raro. Lo noté. ¿Se pensaría que era lesbiana y me estaba insinuando? Como le explicaba yo que estaba con una amiga y solo quería...ser amable...
- No gracias...es que...bueno, estoy merendando unas magdalenas y como que no pegan mucho con el vino.
No le caía bien, seguro.
- Un segundo, ahora te lo doy.
Entré a casa abrí la botella y cuando volví ya no estaba, pero la puerta estaba entreabierta. Se me ocurrió una idea. Le dejé el abridor y una copa de vino blanco. Si no se la quería tomar conmigo al menos que la disfrutara, con magdalenas o sin.

Con Ester sin H nos tumbamos en el sofá, hablamos de la vida y del amor, el desamor, el odio, los celos y el sexo. Bebimos y reimos a carcajadas.

Y me di cuenta de cuanto la echaba de menos.


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